La primavera sevillana, ya definitivamente proclamada por los ritos
sagrados de la ciudad, ha comenzado a obrar sus prodigios, a mostrarnos
esa gloria efímera donde en verdad se alcanza a comprender el misterio
insondable de la eternidad. Nada más eterno que el instante de besar la
mano del Cristo del Amor. Nada más eterno que el azul violáceo de las
flores que, del mismo color que sus ropas, adornaban el llanto de la
Virgen del Socorro ante el sereno y al tiempo mayestático padecer del
crucificado que labrara Juan de Mesa.
Nada más eterno que estas glorias fugaces que elaboran las manos
anónimas de los priostes de las cofradías, artistas de la emoción y los
sentimientos, para gozo del alma de quienes creen que la vida no puede
acabarse en la rutina astral del universo. No importa qué pueda haber
para cada cual más allá del sueño. Más allá del vaivén de los días se
extiende el hermoso enigma de la poesía y eso fue precisamente lo que
labraron los priostes del Amor este fin de semana en el besamanos de su
Cristo: poesía pura de incienso y milagro; un estremecedor prodigio de
emoción ante cuya rotundidad no cabía la menor duda. Contemplando al
crucificado que, yacente, recibía en la mano los besos de sus devotos,
ante nosotros, de par en par, se abrieron la otra tarde las puertas de
un cielo llamado Sevilla.
Juan Miguel Vega Leal
Fuente y Fotografía: http://www.hermandaddelamor.net
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