Era la primera vez en
la historia que “Los Moraos” se ponían
en la calle fuera de Semana Santa. Su Nazareno lo hacía despacio, cruzando
el dintel Jubilar de la Iglesia Parroquial de Herencia y parando el tiempo con
su mecida. Una espesa nube de incienso ocultaba su salida y era entonces
cuando, silencioso, se presentaba por vez primera a su pueblo. Desde aquel momento
todo se convirtió en racheo de zapato de culto cuaresmal contra el adoquín
jubilar, el cual era testigo de la romántica escena, atestiguada por todo un
pueblo volcado con la bella talla.
Antes, la Función Principal fue el acto culminante en que el
Traslado de la Eucaristía inmerso en cada uno de los hermanos sería el preludio
perfecto para lo que posteriormente acontecería. El Coro de la propia
Corporación se encargó de amenizar la celebración, cargada toda ella de una
emoción contenida que explotaría precisamente en la conclusión de la misma,
cuando la Cruz de Guía y los dos ciriales se ponían en la calle abriendo el
cortejo.
El Paso, tan sólo y únicamente iluminado por cuatro faroles
de cera, era suficiente para que los pies del Nazareno estuvieran esclarecidos
durante todo el trayecto. Sin atisbos de grandeza, sin rimbombancias de excesos
barrocos, con simples cardos como exorno flora y sin adornos vanos que
rompieran la verdad de lo que en allí estaba sucediendo. Ahora no cabía eso y lo
demás, sobraba en aquel momento. Sólo un
pequeño resquicio de espíritu curioseador y mil y un impulsos de fe hacían
falta para mirar y rezar fijamente ante el rostro del “Moreno”.
Se alejaba de la Iglesia, la que durante más de cincuenta
años había sido su hogar, para buscar de nuevo a su barrio tras cinco meses de
ausencia. Avanzaba el recorrido hacia “La Labradora” mientras los minutos se
transformaban en intensa saeta interior que caminaba hacia el fin último del
gozo. El Paso despedía a la diosa
dormida en Jubileo de tres siglos que parecía despertar, una semana antes, al Domingo
más hermoso del año bañado en Ramos de amor. A lo lejos cada vez se hacía
más pequeño el Paso y por momentos parecía encoger del mismo modo el templo
jubilar, pero realmente lo que sucedía era que hacía grande era el fervor
popular consciente de que habrá que esperar lustros en demasía para volver a
revivir una estampa así.
Y al paso por el Colegio de las Hermanas mercedarias, el
Señor se para, como si de camino al Calvario se tratase. Las santas mujeres que lo consuelan se echaron a la calle para hacer
brillar sus vidas entregadas al que porta en hombros su Hermandad. En medio
del corazón mercedario de Herencia, y con las puertas de la capilla del Colegio
abiertas de par en par, el Nazareno recordó los correteos, los juegos infames,
las justas regañinas matinales y la primera oración, ese inmortal padrenuestro que grabado quedaría de por
vida en la fe que ahora Herencia derrochaba hacia su “Moreno”. De todo se
acordaba el Nazareno y a todos recordó en aquella bella instantánea. Era la frontera de entrada a su barrio: a
partir de ese límite ya era su terreno y su gente la que se encargarían de Él.
Pero, antes, no quería dejar de saludar a aquellas que le entregan su vida de
forma diaria a través de miles de mercedes
rendidas al prójimo. Fue en
aquel momento cuando al Señor le vino a la cabeza también las veces en que, en
Viernes Santo, pasa por su puerta y bendice a toda una Comunidad que entrega su
amor por vocación. Y dejando lágrima viva entre cantos, partió de nuevo para casa.
Eterna sería la llegada a su ermita, casi veinte minutos más
tarde, con todo un barrio echado a la calle y una Madre que lloraba de emoción
en el interior de la misma por verlo de nuevo rodeado de su Hermandad. Entonces
el silencio agonizante del primer tramo se transformó por momentos en silencio
con olor a jolgorio cuaresmal porque de nuevo estaba en el hogar. Es el mejor
regalo con que un Hijo puede volver a casa:
No he estado fuera, Madre, no me he ido, Amargura, mírame, éstos han estado
conmigo durante todo este tiempo. Ahora vuelvo a Ti. Y, como una Madre no se cansa de
esperar, ambos volvieron a presidir la romántica escena de amor consumada
en la gloria de una Hermandad.
Habrá que esperar otros
trescientos más para que el Jubileo se haga luz candorosa en medio de una
sociedad intermitente. Trescientos para,
de nuevo, atisbar aires de grandeza a través de humildes detalles de
romanticismo, como los que cada segundo del Traslado Jubilar fue testigo. Trescientos
para, con las manos atadas pero con la Cruz de su evangelio presente en todos
sus hijos, ser evangelios vivos que siguen mostrando todo su arsenal a través
de la formación y la caridad, bases de cualquier Cofradía. Trescientos para volver a ver la Cruz del Nazareno portada por su
Grupo Joven, repleto de ímpetu luchador por los valores cristianos que su
Hermandad defiende. Trescientos para
volver a ver otro abril lluvioso de gracia y cariño fraternal entre los que
trabajan porque en su día grande de Cuaresma la perfección sea un adjetivo
imperfecto para calificar el final de la jornada gloriosa.
Hasta ahora, trescientas han sido las primaveras en
que el “Moreno” se ha recreado en Cirineo que a Herencia ayuda a llevar su
Cruz. La misma que aquella noche no llevaba en su Paso, porque estaba inmersa
en lo más profundo de los corazones de todos aquellos que lo arroparon.
Fuente y Fotografía: http://herencianazareno.blogspot.com.es/
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